¿Quién soy yo para enseñar a nadie?

¿Qué tengo yo que pueda compartir con mis alumnos? ¿Dudas? ¿Miedo? ¿Indiferencia? Yo no tengo las respuestas a sus preguntas. Yo no puedo ayudarles a mejorar su vida. Yo no puedo mejorar la mía. Yo no puedo.

A esto nos enfrenta Detachment (tan simplificado como El profesor, en España), la película de Tony Kaye. El protagonista, Henry Barthes, es un profesor sustituto que debe hacerse cargo de una clase de instituto durante un mes. Este instituto está plagado de malos sentimientos, con alumnos desmotivados, furiosos y perdidos, y profesores que gritan desesperados ante su impotencia para cambiarlo. Pero Henry no grita. Él se mueve como pez en el agua aquí, pues toda su vida ha acumulado tanto dolor que ya no recuerda lo que es estar bien. Es indiferente (detached, en inglés). Casi al mismo tiempo que comienza su trabajo, conoce a una chica, una joven prostituta llamada Erica a la que acoge en su casa provisionalmente. Sin embargo, su vida personal y laboral siguen siendo una fuente de miserias. Su abuelo, en una residencia de ancianos, apenas sabe lo que es real o no, y el instituto es un lugar terrorífico que ahoga aún más a alumnos sensibles como Meredith. El anciano termina por morir, desenterrando la historia de Henry: su madre, soltera por abandono, se suicidó cuando él tenía apenas 7 años, y muy posiblemente su abuelo tuviera algo que ver. Él, sintiéndose rendido, decide llamar a servicios sociales para que se hagan cargo de Erica en un hogar de acogida. Mientras tanto, en el instituto, una de sus alumnas sufre en silencio el maltrato de padres y compañeros por su físico y gustos. Ella hace fotografías y pinturas lúgubres, siniestras. "Podrías pintar cosas más alegres", dicen sus sombrías musas. Sólo el profesor hace que se sienta mejor, pero su distanciamiento resulta ser el último clavo del ataúd. Meredith se suicida delante de todos, con un mural angelical tras de ella. Henry, golpeado por esto, se refugia en lo que no era consciente de que tenía: visita a Erica en el centro de acogida, y se funde con ella en un abrazo que le llena de luz.

Creo que es una película pesimista. El retrato que vemos es el de una sociedad rota que sólo puede producir personas rotas, con un daño de origen. El dolor es inherente a nosotros, incluso cuando los demás están más que dispuestos a ofrecernos más, en su confusión. Pero, a pesar de todo, se permite darse esperanzas. 

Hay algo de Nietszche en las ideas de Henry. Escribir como salida. La expresión, el arte. Tenemos una ventana en la que los problemas no existen. No hay una puerta por la que salir, pero sí una ventana por la que mirar y no sentir nuestro encierro. Él escribe. Insta a sus alumnos a escribir. Insta a Erica a escribir. Incluso insta a su abuelo. Pero él no lo hizo. Porque algunas personas, que están tan confundidas como los demás, no saben dónde está esa ventana, y dan aspavientos en los que terminan por dañar a otros. 

Meredith también vive en su arte, incluso si eso no aplacó lo suficiente su dolor. Sus grises pinturas y fotografías ayudaron a vivir lo que pudo, y quedaron grabados en la retina de quien le inspiró con su maltrato. Ella era una realidad más. Y un profesor no puede ser indiferente ante tantas realidades. Yo mismo soy profesor. Estas realidades se acumulan y se convierten en una inmensa fuerza que presiona tu espíritu y sólo te hace sentir inmerecedor de la vida misma. Esta dinámica funciona en los dos sentidos, y tus alumnos no pueden sino contagiarse de tu pesar.

Pero expresarnos no es la única manera de aliviar esto. El amor, como el de Erica, es algo a lo que aferrarnos. Sabemos que no tiene por qué durar. Todo muere, todo acaba. Nacemos solos y morimos solos, y todo lo que hay entre medias es esforzarnos por no pensar en ello. El dolor está ahí, y tarde o temprano lo divino desaparece y la existencia se vuelve una llanura estéril. Pero, por ahora, nos regocijamos en lo que tenemos. Tenemos una foto en la pared que nos recuerda el pesar que tenemos por deber sentir. Pero descansamos de esa ardua tarea en los cálidos abrazos del otro. 



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