Las adaptaciones siempre son polémicas, porque conllevan hablar de fidelidad, lo que pone muy nerviosos a algunos. Hoy voy a hablar de lo que para mi debe hacer una buena adaptación, trayendo como ejemplo mi favorita: Drácula de Bram Stoker, dirigida por Francis Ford Coppola.
Personalmente, considero que las adaptaciones tienen la menor responsabilidad con la obra original. Esta última ya tiene su lugar en la memoria de la gente y allÍ donde pueda ser consumida, y por tanto no puede ser borrada por la nueva. En base a eso, creo que se puede deformar todo lo que se quiera para crear algo que valga la pena por sí mismo, reformulando el mensaje, el tono o lo que sea necesario de forma que se vea la reminiscencia pero sin verlo venir. Esto no quiere decir que la nueva versión vaya a ser buena, pero sí que va a poder distinguirse. Pero esto, desde luego, es una preferencia personal.
En el caso de Drácula, me parece que tiene el equilibrio perfecto para contentar a diferentes espectadores. Hay otras muchas adaptaciones, pero la de Coppola me parece especial. Los personajes de la película son los mismos que en el libro, el contexto también, las escenas siguen un orden similar y los acontecimientos son mas o menos los mismos. Sin embargo, todo adquiere un nuevo tinte gracias a un detalle: Drácula es el protagonista, no el villano, y por tanto se busca que empaticemos con él. Esto se hace añadiendo escenas inéditas de su pasado y origen al principio de la película, y añadiendo por el camino una motivación (el amor) y un vínculo con los antagonistas (el parecido de Mina Harker con su amada muerta). De esta manera el monstruo, sin dejar de ser terrorífico, se abre al espectador como no hacía en el libro, reinterpretándolo y, eso sí, cambiando la historia más directamente al final, cuando al contrario que en el libro Mina Harker se acaba enamorando de él.
Es curioso que a pesar de esto la película resulta tremendamente fiel en algunas secuencias geniales, como la llegada y estancia de Jonathan Harker en el castillo. Pero, por otro lado, añade cosas inherentes de una adaptación de novela a cine como un estilo visual único, con un conde hipnótico y unos escenarios recargados dignos de un director detallista como es el de El padrino. Además, cómo olvidar esa sombra con vida propia (posible referencia a Nosferatu) o el monstruoso ser en el que el conde se transforma.
Me gusta ver el libro y la película como un libro de terror y como una película de amor retorcido, respectivamente. Y más allá de que me guste uno más o menos que el otro, creo que hay que valorar que se pueda hacer esta distinción. Porque la repetición nos encierra en un bucle que puede ser cómodo, pero no tan satisfactorio.
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