La cultura es el marco a través del cual procesamos los hechos que acontecen nuestra vida. Determinan aspectos como la forma en que comemos o nuestra opinión acerca de ciertos hechos. Por ejemplo, las vacas pueden ser tan sagradas como en la India y tan masacradas como en Estados Unidos, o incluso algo tan básico y de origen biológico como la forma en que se entiende el atractivo de los cuerpos puede cambiar según el lugar.
Este marco se forma por sí mismo y determina de una manera u otra como entendemos el mundo y, por tanto, cómo lo plasmamos en nuestra cabeza o en la ficción. Es por esto que narrativas tan diferentes pueblan las obras de alrededor del mundo. Sin embargo, si lo concentrásemos todo en dos corrientes posibles, podríamos hablar de Occidente y Oriente.
Hoy, me gustaría hablar de cómo el lugar de procedencia afecta a la ficción narrativa, ya sea en literatura, cine o videojuegos, y demostrarlo con varios ejemplos. Y para ello primero vamos a ir al origen de todo, al por qué una cultura sería diferente a otra. Porque, como no podía ser de otra forma, esto parte de un pasado histórico:
"En Occidente, los niños aprenden la cultura del individualismo, que data de unos 2500 años, desde la antigua Grecia.[...]Según algunos psicólogos, esta forma de pensar tiene su origen en el paisaje físico de la antigua Grecia. Un entorno rocoso, montañero, costero y, por lo tanto, poco adecuado para que surgieran grandes iniciativas colectivas como la agricultura. Es decir, que para salir adelante había que ser una especie de buscavidas: un pequeño empresario que curtiera pieles o que recolectara o produjera aceite o pescara. La mejor manera para manejarse en el mundo de la antigua Grecia era ser autosuficiente. [...] Los griegos deseaban obtener prestigio y alcanzar la fama y la perfección. Fueron los creadores de las olimpiadas, la legendaria competición de unos contra otros. [...] Comparemos este yo avasallador y amante de la libertad con el que emergió en Oriente. El paisaje ondulante y fértil de la antigua China era el escenario perfecto para que se pusieran en marcha grandes esfuerzos colectivos. Probablemente, la supervivencia dependía de formar parte de una gran comunidad dedicada al cultivo del trigo o del arroz o a trabajar en un gran proyecto de regadío. En aquel lugar, para poder controlar el mundo circundante era preciso garantizar la supervivencia del grupo, más que la del individuo, y para ello necesitaban mantener la cabeza gacha y saber jugar en equipo".
Will Storr, La Ciencia de Contar Historias
Visto esto, ¿qué ejemplos lo pueden demostrar?
Estoy seguro de que cuando hablamos de ficción oriental, lo primero que nos viene a la cabeza en estos tiempos es el anime. ¿Y acaso no ocurre en los más populares que, o bien no hay un sólo protagonista sino varios, o bien este está rodeado por un grupo de aliados con distintas características? One Piece consiste en el viaje de los piratas de sombrero de paja, Dragon Ball Z tiene a los guerreros Z defendiendo la Tierra, My Hero Academia cuenta la vida de varios adolescentes con poderes que conviven en una escuela especial... Esto es algo además adoptado por muchos videojuegos RPG japoneses, que ponen énfasis en el poder del grupo y los lazos que se forman, transmitiéndolo incluso a través de la jugabilidad con sistemas de combate por turnos o estrategia que le da importancia a cada miembro. Títulos como Xenoblade, Final Fantasy o Persona son un buen ejemplo.
Mientras tanto, la ficción occidental, muy inspirada por los mitos griegos, nos pone ante un héroe, un protagonista del que otros dependen, y los personajes que lo acompañan a menudo son o bien recursos cómicos o intereses románticos. Hay ejemplos para aburrir: Tomb Raider, Indiana Jones, Avatar, God of War o Celda 211 (un poco de patria). Todo el género Western gira alrededor de esta idea. En general, se tiende a ver el mundo a través de este protagonista, que encuentra las soluciones que nadie más puede encontrar o es más habilidoso que nadie. Esto conlleva también desarrollar más cercanamente a sus protagonistas, como en Blade Runner, o crear géneros intimistas y biográficos, que tratan más del mundo interior de sus personajes que del contexto exterior, como la película Her o el libro Fiesta de Ernest Hemingway.
En un ejemplo de contraste brutal, Los Siete Samuráis de Akira Kurosawa muestra el poder del grupo para defender al humilde pueblo de las malas intenciones de los egoístas, mientras que El Último Samurái de Edward Zwick nos acerca al personaje de Tom Cruise como una figura atormentada y solitaria que nadie comprende, pero con una gran responsabilidad que por supuesto cumplirá con heroísmo. Es tan significativo que el protagonista de la última sea un americano apropiándose de una cultura como el hecho de que lo interprete el actor más famoso de Hollywood. Los Siete Samuráis no engrandece ni demerece a ninguno de sus muchos protagonistas, y muestra como más sabio a quien se preocupa por los demás. El Último Samurái es un americano que es incluso mejor en lo suyo que otros japoneses, y por sí sólo cambia el mundo que le rodea.
Las películas de Bon Jon Hoo tienen ahora mismo una relevancia internacional y son grandes representantes del cine surcoreano. En ellas, vemos a familias pobres (Parásitos), niños rurales (Okja) o detectives con muy mal perfil (Memories of Murder), todos en un contexto que pide un cambio urgente y que afecta directamente a una comunidad. No creo que sea casualidad que precisamente en la única película en la que colabora con actores americanos, Rompenieves (Chris Evans, John Hurt, Ed Harris, etc), la atención vaya marcadamente más hacia la psique de los personajes, si bien no se olvida del potente mensaje social.
Y oh, hay que hablar del tema de los superhéroes. Probablemente no hay nada más occidental que el superhéroe. Son la herencia más obvia de los mitos griegos, seres individualistas con el poder para cambiarlo todo, que no dan el poder a la masa, sino que usan el suyo propio para mantener una posición en la que ser adorados. Que alguien venga y me diga que Iron Man no es exactamente esto. Me gustan mucho los superhéroes, y pueden representar una verdadera grandeza honesta como Superman, pero eso no significa que la idea que subyace no sea la fantasía de poder de la autocracia, un símbolo del poder no compartido. Batman es un psicópata que pega palizas a enfermos mentales y luego vuelve a su mansión a cenar langosta, aún cuando podría ayudar usando todo su dinero directamente. Y sí, es más complejo que eso, y hace ambas cosas en realidad, pero las metáforas subconscientes siguen ahí.
Sin embargo, todo esto no significa que nacer en un lugar suponga adherirse a estas características, y menos aún en un mundo cada vez más globalizado. Gran Torino es un peliculón que precisamente por cuestiones de trama contrasta la cultura occidental y oriental, a la vez que habla de cómo una se puede fusionar con la otra y qué extraer de cada cual, como el valor que se da a la vida y a la familia. Muy en la línea de esta película, Red Dead Redemption 2 y Blade Runner 2049 tratan de personajes egocéntricos encontrando un sentido mayor en ayudar a la comunidad. Como último ejemplo, Drácula (lo siento, es mi fetiche), de Bram Stoker, habla del valor del grupo y la amistad frente a las adversidades, no poniendo a ningún individuo por encima y profiriendo el mayor respeto y confianza en ellos. Por Dios, incluso hay un remake americano no oficial del género Western de Los Siete Samuráis, llamado Los Siete Magníficos. Por el lado del Este, Berserk tiene, al menos en su comienzo, a un protagonista solitario y poderoso que, en un mundo tremendamente cruel, apenas se preocupa por otros seres, aunque acabe ayudándolos por interés. Entre los muchísimos videojuegos salidos de Japón, tenemos a Bayonetta como una badass para sí misma, y Elden Ring está ambientado en un mundo cruel en el que debes destruir a todo el que se oponga en tu camino a gobernarlo.
La ficción no viene de la nada. Las ideas nacen de experiencias, y esas ocurren en un mundo real que cada autor percibe de una manera. Es increíble pensar en la riqueza de historias que aparecen de ahí. Y, en ocasiones, comprender ese mundo real permite apreciar de nuevas maneras esas historias, y abrirnos la mente a mundos que tienen mucho que aportarnos.
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