Reir de tristeza

La risa y el llanto son ambos catalizadores de las más extremas emociones, ambas puntas del espectro que aparentemente separa felicidad y tristeza. En el capítulo 1 de la segunda temporada de Fleabag, durante una agradable y distendida cena familiar, el sacerdote que va a casar al padre de la protagonista revela, por presión de grupo, que su hermano es un pedófilo. Las risas se acaban, una fila de semblantes serios gobiernan la mesa. Aún así, el sacerdote dice, con aire de chiste: "soy consciente de la ironía de la situación". Las risas vuelven, la cena continúa. 

A lo largo de los capítulos, se muestra a personas tratando de vivir entre la brutal honestidad de sus defectos: la protagonista bromista y descontrolada, el cuñado egocéntrico, la hermana histérica, la madrastra pasivo-agresiva, el padre desinteresado, el sacerdote confundido, el banquero prejuicioso... Todos con errores que les enfrentan entre ellos, que les piden que renuncien a una felicidad junto con esas personas y se resignen a su papel de opuesto. Es por esto que esos momentos, esos en los que puedes vislumbrar la chispa de la empatía entre ellos, son como un puñetazo de serotonina, un estallido de llanto feliz que te recuerda lo precioso que es ser un humano rodeado de humanos. Pero esto es sólo un momento. Esto es sólo un paso del baile. La vida es un constante baile de emociones. La felicidad es un paso, y es inalcanzable porque ese baile es imparable, ese baile es el latir de un corazón emocional luchando contra un cerebro racional y sus lacayos los sentidos. Pero, saber que esos momentos llegan, eso es lo bello de esta serie. Descubrir que Martin ama a Claire aunque no se la merezca, que Claire se atreva a salirse de sus planes, saber que la madrastra hizo su estatua en honor a la madre de Fleabag, que el banquero la acompañe en su momento de mayor debilidad, que su padre valide su forma de ser... Pero, el sacerdote no puede estar con ella. Ahora toca llorar. No pasa nada, ya hemos estado aquí: llegarán momentos mejores.